Una mañana, me encontré con una sirena que estaba tomando el sol en la orilla.
La saludé muy educadamente, porque sino las sirenas se ofenden y se van, y le propuse una cosa.
Le dije que yo ya estaba cansada de este calor y que me quería ir a vivir al mar. Así que le propuse un intercambio; ella me daba a mi su cola y yo a ella mis piernas.
Pero la sirena me dijo que de eso nada, monada. Que ella era muy feliz viviendo en el mar con los peces y los corales, y con tomar el sol de vez en cuando ya tenía suficiente.
Espero tener más suerte con la próxima sirena que me encuentre.
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